Encuentro diocesano de comunidades responsables con el cuidado de la creación

El sábado 4 de octubre hemos tenido la suerte de compartir y disfrutar en nuestra parroquia del Primer Encuentro Diocesano de Comunidades Responsables con el Cuidado de la Creación. Asistieron representantes de muchas parroquias, congregaciones y grupos de Madrid.

Pasamos una bonita tarde compartiendo -además de fruta, café y bizcochos- nuestras andanzas, nuestros caminos, con muchos avances y algún reto, en el cuidado de la casa común y de nuestros hermanos más vulnerables.

Tuvimos una mesa redonda, para compartir la experiencia de alguna de las comunidades allí presentes y luego hicimos tres talleres para enriquecernos, sobre «Espiritualidad a través de la Ecología Integral», «Huertos y espacios verdes» y «Estilos de vida personales y comunitarios».

Nuestro Obispo Auxiliar Vicente Martín nos acompañó toda la tarde y celebró con nosotros la Eucaristía Comunitaria de las 19:30 h. siguiendo la Liturgia de la Creación. También participaron miembros de otras parroquias, en una experiencia bonita de comunión.

Aquí os ofrecemos su homilía: el texto escrito que nos dejó, aunque al pronunciarla la enriqueció de manera espontánea.

HOMILIA

Con esta jornada y esta Eucaristía cerramos el tiempo de la Creación que desde el 1 de septiembre estamos celebrando. Un tiempo para agradecer a Dios su obra creadora y para tomar conciencia, personal y comunitariamente, de nuestra responsabilidad en el cuidado de la Creación, justamente en el día de San Francisco de Asís.

«Laudato si’, mi’ Signore», cantaba san Francisco de Asís hace VIII siglos. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. Hoy, de una manera especial, hacemos nuestro su canto y decimos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos»

«Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella», nos decía el papa Francisco hace diez años.

Nada de este mundo nos resulta indiferente. No vivimos tiempos fáciles, quizá porque son más desconcertantes de lo que esperábamos. Y el desconcierto ante lo que vivimos hace que las respuestas que nos dábamos y que valían en determinadas circunstancias, hoy resulten confusas, sin apuntar a un claro horizonte de esperanza y humanización. En muchas cuestiones parece que retrocedemos en derechos, en dignidad, en humanidad. Parece que la injusticia, la destrucción y el descuido vencen. Son momentos de desencanto, de indiferencia, de cansancio, de escepticismo… de desvinculación de lo común.

Ante esa situación nuestra fe quizá se desvanece, o nos vemos envueltos en oscuridad, en duda, en inseguridad. Tenemos que aprender, una vez más, a creer inmersos en ese horizonte de crisis.

Y ese aprendizaje comienza con un grito, casi apagado: «Señor, auméntanos la fe». La fe va creciendo en nosotros lentamente, como todo lo importante, fruto de una búsqueda paciente y de una acogida generosa de la Gracia regalada que nos habita y transforma. Un grito que se hace oración, humilde, sencilla, pobre, necesitada. Si vivimos un sincero deseo de conversión que nos impulsa en esa búsqueda continua de Dios presente en nuestra vida, y en la vida de las personas empobrecidas, cada oscuridad y cada duda puede transformarse en un paso más hacia el Misterio que nos sostiene.

La fe es un don, una Gracia, gratuita, y nuestra capacidad de vivir la fe también es gracia. Un don que acogemos en la medida en que amamos, en que nos dejamos amar por Dios y acogemos su amor agradecidamente, para hacer de nuestra existencia una ofrenda de amor para nuestros hermanos: Amamos a Dios amando a quienes Él ama y cuidando su creación. Amamos lo que cuidamos y cuidamos lo que amamos.

El Papa León, haciendo un llamamiento urgente a la unidad en torno a la ecología integral, dijo en la Conferencia Internacional «Brindando Esperanza», con motivo del décimo aniversario de la encíclica Laudato Sí’, que la crisis climática no puede reducirse a un tema técnico o pasajero, por el contrario, requiere una verdadera «conversión ecológica» que transforme estilos de vida personales, comunitarios y políticos.

¿Qué debemos hacer para que el cuidado de nuestra casa común y la atención al clamor de la tierra y de los pobres no parezcan una moda pasajera?.

El Papa insiste en que la verdadera transformación pasa por el centro de la persona: «El corazón es el lugar donde la realidad externa tiene mayor impacto, donde se realiza la búsqueda más profunda y donde se toman las decisiones». En ese sentido, indicó que la ecología integral no es solo un tema ambiental:  «Debemos pasar de la recolección de datos a la atención al cuidado; del discurso ambientalista a una conversión ecológica que transforme los estilos de vida».

Cuatro direcciones de la ecología integral: con Dios, con los demás, con la naturaleza y con nosotros mismos. Estas no pueden separarse, ya que «la preocupación por la naturaleza, la justicia para los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior son inseparables».

El Papa también subrayó la necesidad de grandes decisiones políticas y la vigilancia ciudadana: «Las soluciones más efectivas surgirán no solo de los esfuerzos individuales, sino sobre todo de las grandes decisiones políticas nacionales e internacionales». Advirtió que, si la ciudadanía no ejerce presión y vigilancia sobre los gobiernos, «no será posible prevenir los daños ambientales».

Comunidades y parroquias de cuidado. Por ahí debemos caminar. En la sociedad del descuido y la desvinculación, el cuidado es Buena noticia, signo del amor del Dios Todo-cuidadoso, por ello, este enfoque de ecología integral ha de estar presente en la vida de nuestras comunidades y de los agentes de pastoral.

Queridos hermanos y hermanas, somos unos pobres servidores, que hacemos lo que debemos hacer, en nombre de Dios y comprometidos en la causa del Reino, amamos y cuidamos la casa común y a los que habitan en ella. Reavivemos el don de Dios y tomemos parte en los duros trabajos del Evangelio. QUEASÍ SEA.