SEMANA SANTA 2025: Jesús nos revela la lógica del amor y de la entrega

DOMINGO DE RAMOS

La liturgia del Domingo de Ramos fue el pórtico de la Semana Santa. Desde la aclamación del Señor en su entrada a Jerusalén pasamos a recorrer su pasión, narrada por el evangelista Lucas, que supo ver en medio del dolor la misericordia de Jesús –“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, “hoy estarás conmigo en el paraíso”– y su abandono confiado en Dios –“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”–.

Los días siguientes nos fuimos disponiendo con una pregunta: “Señor, ¿dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”, ¿dónde y cómo quieres que te prepare la Pascua, Señor, en mi vida? Y también, el miércoles, la preparación física del lugar: el cuidado en los detalles, los manteles, las flores, las velas, los asientos…

JUEVES SANTO

La preparación del Jueves Santo estuvo marcada por el compartir en comunidad. En una sala, ambientada con los signos de ese día, nos situamos para lo que íbamos a vivir: la Eucaristía, el lavatorio de los pies, la institución del sacerdocio. Todo unificado en el amor de Jesús: “su amor nos sirve”. Recuperamos en nuestro corazón momentos o experiencias en los que el servicio ha marcado o marca nuestra vida, con hondura, en la cotidianidad, en ámbitos diferentes.

La celebración de la Cena del Señor: inseparables la Eucaristía y el lavatorio de los pies. Admirable y sorprendente un Señor que nos lava los pies, ante el que reaccionamos muchas veces como Pedro: “¿lavarme los pies tú a mí?”. En el signo del lavatorio, todos lo recibimos a través de los doce que fueron lavados; los sacerdotes lavaron los pies primero; luego, aquellos que habían sido lavados lo hicieron con los demás. Es el aprendizaje del amor de Jesús, de su lógica: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?… Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. En la comunión nos alcanzó a todos ese amor: el Señor se nos sirvió como alimento.

La Hora Santa nos ayudó a contemplar el amor hasta el extremo de Jesús. En una capilla llena, pero silenciosa y recogida, hubo momento para adorar, para escuchar el mandamiento del amor –“vosotros sois mis amigos… amaos unos a otros”–, para volver a mirar la jofaina y cantar: “Yo quiero ser tu servidor”. Y luego, vino también el tiempo de acompañar a Jesús en Getsemaní, actualizando este acompañamiento en nuestros hermanos que sufren, preguntándonos si estamos dormidos…, como los discípulos aquella noche. Pero también queriendo poner, con Jesús, nuestra vida en manos del Padre e intercediendo por los que están en angustia y necesidad. Al final, todos y cada uno pudimos expresar nuestra pequeña ofrenda sembrando unos granos de trigo en una tierra fecunda.

VIERNES SANTO

En el Vía crucis de la mañana salimos a la calle: alrededor de la iglesia, en medio de nuestro barrio, llevando la cruz de Jesús y otras dos cruces. Mucha participación, silencio, oración. Un Vía crucis con meditaciones del papa Francisco: contemplar, caminar detrás de la cruz, rezar, para aprender “nuestro camino verdadero hacia la Pascua”.

La celebración de la Pasión del Señor, en la tarde, fue de contemplación y silencio. El relato de la Pasión según San Juan puso ante nosotros el misterio de una entrega que nos desborda, una lógica del amor que nos cuesta entender, que solo el amor de Jesús nos puede enseñar. Y fue la invitación a acercarnos al “trono de la gracia” que es la cruz de Jesús, Jesús crucificado, “para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno”. La adoración de la cruz nos permitió también contemplar la hondura y la sencillez del “santo pueblo fiel de Dios” (en expresión del papa Francisco).

La oración ante la cruz en la noche nos reunió de nuevo, esta vez ante una cruz desnuda, iluminada con velas y adornada con ramos de olivos. Los cánticos y los textos nos fueron guiando por una oración de reparación que se fue fijando en las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, para poder decir: creo, espero y amo, pero ayuda mi falta de fe, de esperanza y de amor. Con María al pie de la cruz, el canto “Noche” nos ayudó a interceder por el mundo, por los hombres y mujeres heridos de mil modos, elevando un Kyrie, eleison por el cual el Señor nos ayuda a abrir el corazón.

DEL SÁBADO SANTO A LA VIGILIA PASCUAL

El Sábado Santo, un día sin eucaristía, nos vincula a la soledad y el silencio tras la muerte de Jesús. De nuevo nos reunimos en la mañana para preparar la Vigilia Pascual. Y comenzamos desde el sentido de este día, con una oración a María, Madre de los Dolores, mujer del sábado. Compartimos el sentido de la espera en los días grises, cuando necesitamos esperar que vendrá la Luz. Las vivencias de estos dos días, Jueves y Viernes, despertaron en nosotros la gratitud por poder compartir la fe en comunidad.

La VIGILIA PASCUAL se inició en la noche, en torno al fuego nuevo del que fue encendido el Cirio Pascual.

Detrás de él, con nuestras pequeñas luces encendidas, entramos en la iglesia, rompiendo sólo con esa Luz la oscuridad de la noche.

Así escuchamos y cantamos el Pregón Pascual:

¡Oh noche maravillosa,
tú sola conociste la hora
en que Cristo resucitó!
¡Oh noche que destruyes el pecado
y lavas todas nuestras culpas!
¡Oh noche realmente gloriosa
que reconcilias
al hombre con su Dios!
Esta es la noche
en que Cristo ha vencido la muerte
y del infierno retorna victorioso. 

La liturgia de la Palabra nos narró la historia de la salvación desde la creación del mundo: una historia de amor y fidelidad de Dios, que responde a nuestra infidelidad con una misericordia infinita y sorprendente, renovando su Alianza: “Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. Una Alianza que en Jesús se hace nueva y eterna. Contemplar el Viernes Santo nos hace pensar en el fracaso de Jesús: una vida entregada que acaba en una cruz y en un sepulcro. ¿Vale la pena una vida de entrega? Su resurrección nos dice que sí, que Jesús ha convertido ese fracaso en victoria. Ya lo dijo antes: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. Esta es nuestra esperanza: si él ha vencido, nosotros venceremos con él.

La iglesia se va llenando de luz. Se bendice el agua y renovamos nuestras promesas bautismales:

¿Renunciáis a formar una comunidad triste y abatida?

SÍ, RENUNCIO

¿Renunciáis a los nuevos dioses del consumo, el aparentar o el dinero, que nos alejan del verdadero Dios?

SÍ, RENUNCIO

¿Renunciáis a la violencia, a creernos superiores a los demás, a la marginación y al desprecio de grupos sociales?

SÍ, RENUNCIO

¿Renunciáis a la desesperanza, al desánimo, a la tristeza, pero también a la resignación y a la pasividad ante nuestra realidad?

SÍ, RENUNCIO.

¿Creéis en Dios a quien podemos llamar, confiadamente, Padre?

SÍ, CREO

¿Creéis en Jesús, el “Hijo amado del Padre”, que nos habló palabras de vida, padeció y murió, pero Dios lo resucitó y está ya siempre con nosotros?

SÍ, CREO

¿Creéis en el Espíritu de Amor que procede del Padre y del Hijo, y que conduce a la Iglesia y a todos hasta la verdad plena?

SÍ, CREO

Ya en la comunión y en la bendición final todos los reunidos en torno al Cirio Pascual, al agua del Bautismo y al Altar podemos vivir la alegría de la Pascua.

Al día siguiente, Domingo de Resurrección, se nos recuerda: “Pasó haciendo el bien”. Que también de todos y de cada uno de nosotros se pueda decir esto.

¡Cristo ha resucitado!

Resucitemos con Él.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Gracias a todos los que, con vuestro servicio, habéis hecho posible estas celebraciones. Gracias a todos los que habéis participado en ellas. En cada Pascua, nuestro Señor, que es fiel, nos hace nacer como Comunidad.

HORARIOS SEMANA SANTA 2025